viernes, 16 de febrero de 2018

El placer de sentir miedo.



Es curiosa la fascinación que, desde pequeños, tenemos por las historias de misterio, suspense y miedo. Estas narraciones nos envuelven con más facilidad que otras; fruto de esa inmersión es empatizar con los personajes y trasladarnos al escenario donde acontecen.

El cuenta-cuentos siente las miradas de los más pequeños, los ojos muy abiertos y la boca incapaz de aproximar los labios; parece que va a nacer una sonrisa tímida en su cara, pero se reduce a una mueca agazapada junto a la seguridad de los dientes.

De vez en cuando es recomendable conceder unas pinceladas de humor que descarguen la tensión; pero pronto debe recuperarse la atmósfera levemente perdida. El aire se vuelve más espeso y los cambios de tono y los silencios son el péndulo del hipnotizador. Francamente divertido.

Y hoy la proeza ha sido conseguirlo en una clase con más de setenta niños y niñas. El merito ha sido suyo por dejarse mecer por la narración al tiempo que la abuela Tere hacía una olla de chocolate.

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